Ciudad del Vaticano, 26 noviembre 2013 (VIS).-El arzobispo
Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización ,
junto con los arzobispos Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo de
los Obispos y Claudio Maria Celli, presidente del Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, han presentado esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede la
exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio) del Papa
Francisco escrita a raíz del sínodo sobre “La nueva evangelización para la
transmisión de la fe” celebrado del 7 al 28 de octubre de 2012 y convocado por
su antecesor el Papa Benedicto XVI.
La exhortación, que tiene 222 páginas, está dividida en cinco
capítulos y una presentación.
Los capítulos están dedicados a la transformación misionera
de la Iglesia ;
la crisis del compromiso comunitario, el anuncio del Evangelio, la dimensión
social de la evangelización y a los evangelizadores con espíritu.
Publicamos, a continuación, el texto pronunciado por el arzobispo
Fisichella, conservando los números que citan las frases correspondientes de la
exhortación:
“Evangelii gaudium:
Exhortación Apostólica escrita bajo la luz de la alegría con el fin de
redescubrir la fuente de la evangelización en el mundo contemporáneo. En esta
expresión se podría resumir todo el contenido del nuevo documento que el Papa
Francisco ofrece a la Iglesia
para delinear los caminos del compromiso pastoral que la ocuparán en el futuro
cercano. Una invitación a recuperar una visión profética y positiva de la
realidad, sin por ello dejar de ver las dificultades. El Papa Francisco infunde
valentía e invita a mirar hacia adelante no obstante el momento de crisis,
haciendo una vez más de la cruz y de la resurrección de Cristo la “insignia de
la victoria” (85).
En varias ocasiones el Papa Francisco hace referencia a las
Propositiones del Sínodo de octubre de 2012, demostrando cuánto la contribución
sinodal haya sido un importante punto de referencia para la redacción de la Exhortación. De
todas maneras, el texto va más allá de la experiencia del Sínodo. El Papa
imprime en estas páginas no solo su anterior experiencia pastoral, sino sobre
todo su llamado a aprovechar el momento de gracia que la Iglesia está viviendo para
emprender con fe, convicción y entusiasmo la nueva etapa del camino de
evangelización. Continuando la enseñanza de la Evangelii nuntiandi de
Pablo VI, él coloca de nuevo al centro la persona de Jesucristo, el primer
evangelizador, quien llama hoy a cada uno de nosotros a participar con él en la
obra de salvación (12). “La acción misionera es el paradigma de cualquier obra
de la Iglesia ”
(15) – afirma el Santo Padre –; por ello es necesario captar el tiempo
favorable para vislumbrar y vivir la “nueva etapa” de la evangelización (17).
Esta se articula en dos temáticas particulares las cuales marcan la estructura
fundamental de la
Exhortación. Por una parte, el Papa Francisco se dirige a las
iglesias particulares para que, viviendo en primera persona los desafíos y las
oportunidades propias de cada contexto cultural, estén en grado de proponer los
aspectos peculiares de la nueva evangelización en sus países. Por otra, el Papa
traza un denominador común que le permita a toda la Iglesia , y a cada
evangelizador en particular, reencontrar una metodología común para convencerse
de que el compromiso de evangelización es siempre un camino participado,
compartido y jamás aislado. Los siete puntos, recogidos en los cinco capítulos
de la Exhortación ,
constituyen las columnas basilares de la visión del Papa Francisco sobre la
nueva evangelización: la reforma de la Iglesia en salida misionera, las tentaciones de
los agentes pastorales, la
Iglesia entendida como totalidad del pueblo de Dios que
evangeliza, la homilía y su preparación, la inclusión social de los pobres, la
paz y el diálogo social, las motivaciones espirituales en el compromiso
misionero. El elemento que mantiene unidas estas temáticas se concentra en el
amor misericordioso de Dios que sale al encuentro de cada persona para
manifestar el corazón de su revelación: la vida de cada persona adquiere
sentido en el encuentro con Jesucristo y en la alegría de compartir esta
experiencia de amor con los demás (8).
Así entonces, el primer capítulo se desarrolla a la luz de la
reforma de la Iglesia
en clave misionera, llamada a “salir” de sí misma para encontrar a otros. Es la
“dinámica del éxodo y del don de salir de sí, del caminar y del sembrar siempre
de nuevo, siempre más” (21), lo que el Papa expresa en estas páginas. La Iglesia que debe hacer
suya la “intimidad de Jesús que es una intimidad itinerante” (23). El Papa,
como ya es habitual, profundiza sobre algunas expresiones impactantes y crea
neologismos para hacer entender la naturaleza misma de la acción
evangelizadora. Entre ellos, por ejemplo, “primerear”; esto quiere decir que
Dios nos precede en el amor, indicando a la Iglesia el camino que debe seguir. Ella no se
encuentra en una vía sin salida, sino que va tras las huellas mismas de Cristo
(cfr. 1 Pt
2,21); por tanto, tiene la certeza acerca del camino que debe recorrer. Esto no
le provoca miedo, sabe que debe “ir al encuentro, buscar a los alejados y
llegar a los cruces de los caminos para invitar los excluidos. Vive un
inagotable deseo de ofrecer misericordia” (24). Para que esto suceda, el Papa
Francisco vuelve a proponer con vehemencia la exigencia de la “conversión
pastoral”. Esto significa pasar de una visión burocrática, estática y administrativa
de la pastoral a una perspectiva misionera, mejor aún, a una pastoral en estado
permanente de evangelización (25). En efecto, así como existen estructuras que
facilitan y sostienen la pastoral misionera, lamentablemente también “hay
estructuras eclesiales que pueden terminar condicionando el dinamismo
evangelizador” (26). La presencia de prácticas pastorales anticuadas y rancias
obliga entonces a la audacia de ser creativos para repensar la evangelización.
En este sentido el Papa afirma: “Una individuación de los fines sin una
adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a
convertirse en mera fantasía” (33).
Es necesario, por tanto, “concentrarse en lo esencial” (35) y
saber que solamente una dimensión sistemática, es decir, unitaria, progresiva y
proporcionada de la fe puede ayudar verdaderamente. Esto implica para la Iglesia la capacidad de
evidenciar la “jerarquía de las verdades” y su adecuada referencia con el
corazón del Evangelio (37-39). Esto impide caer en el peligro de una
presentación de la fe hecha solo a la luz de algunas cuestiones morales como si
ellas pudieran prescindir de su relación con la centralidad del amor. Fuera de
esta perspectiva, “el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un
castillo de naipes, y este es nuestro mayor peligro” (39). Aparece entonces un
fuerte reclamo del Papa para que se establezca un sano equilibrio entre el
contenido de la fe y el lenguaje que lo expresa. Puede suceder, a veces, que la
rigidez con la que se pretende conservar la precisión del lenguaje, vaya en
detrimento del contenido, comprometiendo así la visión genuina de la fe (41).
Un pasaje realmente importante en este capítulo es el número
32, en el que el Papa Francisco muestra la urgencia de llevar a cabo algunas
perspectivas del Vaticano II. En particular la tarea del ejercicio del Primado
del Sucesor de Pedro y la de las Conferencias Episcopales. Ya Juan Pablo II en
Ut unum sint, había solicitado ayuda para comprender mejor los deberes del Papa
en el diálogo ecuménico. Ahora el Papa Francisco continúa haciéndolo y entrevé
que una forma de ayuda más concreta al respecto podría llegar si se
desarrollase mayormente el estatuto de las Conferencias Episcopales. Otro
pasaje de particular intensidad, por las consecuencias que tendrá en la
pastoral, son los números 38-45: el corazón del Evangelio “se encarna en los
límites del lenguaje humano”. Es decir, la doctrina se aloja en la “jaula del
lenguaje” – por usar una expresión muy querida por Wittgenstein –, lo cual
implica la exigencia de un verdadero discernimiento entre la pobreza y los
límites del lenguaje, con la riqueza – en ocasiones todavía desconocida – del
contenido de la fe. ¬¬El peligro de que en ocasiones la Iglesia pueda no
considerar esta dinámica es real; puede suceder entonces que sobre algunas
posiciones exista una cerrazón injustificada, con el consiguiente riesgo de
esclerotizar el mensaje evangélico, haciendo que no se pueda percibir más la
dinámica propia de su desarrollo.
El segundo capítulo está dedicado a acoger los desafíos del
mundo contemporáneo y a superar las fáciles tentaciones que minan la nueva
evangelización. En primer lugar, afirma el Papa, es necesario recuperar la
propia identidad, sin esos complejos de inferioridad que conducen a “ocultar la
propia identidad y las convicciones… [y] que terminan sofocando la alegría de
la misión en una especie de obsesión por ser como todos los demás y por tener
lo que los otros tienen” (79). Esto hace que los cristianos caigan en un “relativismo
incluso más peligroso que el doctrinal” (80), porque termina corroyendo el
estilo de vida de los creyentes. Sucede entonces que en muchas expresiones de
nuestra pastoral las iniciativas resientan la pesadez, pues en el primer puesto
se coloca la iniciativa y no la persona. Sostiene el Papa que la tentación de
una “despersonalización de la persona” para favorecer la organización, es real
y común. Del mismo modo, los desafíos de la nueva evangelización deberían ser
asumidos más como una oportunidad para crecer y no como un motivo para caer en
depresión. Hay que desterrar entonces “el sentido de la derrota” (85). Es
necesario recuperar la relación interpersonal para que tenga el primado sobre
la tecnología del encuentro hecho con el control remoto en mano, con el que se
establece cómo, dónde, cuándo y por cuánto tiempo encontrar a los demás según
las propias preferencias (88). De todas maneras, entre los múltiples desafíos,
además de aquellos que son más corrientes y más recurrentes, es necesario individuar
los que inciden de un modo más directo en la vida. El sentido de “precariedad
cotidiana, con consecuencias funestas”, las variadas formas de “disparidad
social”, el “fetichismo del dinero y la dictadura de una economía sin rostro”,
la “exasperación del consumo” y el “consumismo desenfrenado”… en fin, nos
encontramos ante una “globalización de la indiferencia” y ante un “desprecio
socarrón” en relación a la ética, en donde se pretende continuamente marginar
cualquier reclamo crítico de frente al predominio del mercado que con su teoría
de la “filtración de la riqueza”, engaña acerca sobre la posibilidad real de
favorecer a los pobres (cfr. nn. 52-64). Si la Iglesia aparece todavía
con una gran credibilidad en tantos países del mundo, incluidos aquellos donde
es minoría, esto se debe a su obra de caridad y solidaridad (65).
En la evangelización de nuestro tiempo, por tanto,
especialmente ante los retos de las grandes “culturas urbanas” (71), los
cristianos están invitados a escapar de dos expresiones que lesionan su misma
naturaleza y que el Papa Francisco define en general como “mundanidad” (93). En
primer lugar , la “fascinación del gnosticismo”; es decir, una fe cerrada en sí
misma, en sus certezas doctrinales y que hace de sus propias experiencias el
criterio de verdad para juzgar a los demás. Además, el “neopelagianismo
autorreferencial y prometeico” de cuantos sostienen que la gracia es solo un
accesorio mientras lo que crea progreso es únicamente el proprio empeño y las
propias fuerzas. Todo esto contradice la evangelización. Crea una especie de
“elitismo narcisista” que debe ser evitado (94). Qué cosa queremos ser, se
pregunta el Papa, ¿”generales de ejércitos derrotados” o “simples soldados de
un escuadrón que continua batallando”? el riesgo de una “Iglesia mundana detrás
de telones espirituales o pastorales” (96), no es recóndito, sino real. Es
preciso, entonces, no sucumbir a estas tentaciones, sino ofrecer el testimonio
de la comunión (99). Esta se hace fuerte en la complementariedad. A partir de
esta consideración, el Papa Francisco expone la exigencia de promover el
laicado y la mujer; del compromiso con las vocaciones comenzando por los
propios sacerdotes. Mirar la
Iglesia con todos los avances realizados en estos decenios
requiere evitar la mentalidad del poder y transformarla por aquella del
servicio a la construcción unitaria de la Iglesia (102-108).
La evangelización es una tarea de todo el pueblo de Dios,
ninguno está excluido. Ella no está reservada ni puede ser delegada a un grupo
particular. Todos los bautizados están directamente involucrados en ella. El
Papa Francisco explica, en el tercer capítulo de la Exhortación , cómo ella
se puede desarrollar y las etapas que expresan su progreso. En primer lugar se
detiene a evidenciar el “primado de la gracia” que obra sin descanso en la vida
de cada evangelizador (112). Desarrolla, además, el tema del inmenso papel
desempeñado por las diversas culturas en su proceso de inculturación del
Evangelio, y previene sobre terminar cayendo en la “vanidosa sacralización de
la propia cultura” (117). Luego indica el itinerario fundamental de la nueva
evangelización en el encuentro interpersonal (127-129) y en el testimonio de
vida (121). Finalmente, aboga por que la piedad popular sea valorizada, pues ella
expresa la fe genuina de tantas personas que en este mundo dan un verdadero
testimonio de la simplicidad del encuentro con el amor de Dios (122-126). Por
último, el Papa hace una invitación a los teólogos para que estudien las
mediaciones necesarias a fin de lograr una valorización de las distintas formas
de evangelización (133), no sin antes considerar ampliamente el tema de la
homilía como forma privilegiada de evangelización, la cual necesita una
auténtica pasión y amor por la
Palabra de Dios y por el pueblo que se nos ha confiado
(135-158).
El cuarto capítulo está dedicado a la reflexión sobre la
dimensión social de la evangelización. Un tema muy apreciado por el Papa
Francisco porque “si esta dimensión no se explicita debidamente, se corre
siempre el riesgo de desfigurar el significado autentico e integral de la
misión evangelizadora” (176). Es el grande tema del vínculo entre el anuncio
del Evangelio y la promoción de la vida humana en todas sus expresiones. Una
promoción integral de cada persona es lo que impide reducir la religión a un
hecho privado, sin ninguna incidencia en la vida pública y social. Una “fe
auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo” (183). A esta
sección de la Exhortación
pertenecen dos grandes temas. El Papa habla de ellos con particular pasión
evangélica, consciente que determinarán el futuro de la humanidad: ante todo,
“la inclusión social de los pobres”; además, “la paz y el diálogo social”.
En lo que se refiere al primer punto, con la nueva evangelización
la Iglesia
siente como misión propia “colaborar para resolver las causas instrumentales de
la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres”, como también
la de “gestos simples y cotidianos de solidaridad de frente a miserias muy
concretas” que cada día encontramos delante de nuestros ojos (188). Lo que
emerge de estas densas páginas es una invitación a reconocer la “fuerza
salvífica” que poseen los pobres y que debe ser puesta en el centro de la vida
de la Iglesia
mediante la nueva evangelización (198). De todas maneras, esto significa que es
necesario, ante todo, redescubrir la atención, urgencia y conciencia de esta
temática, mucho antes de cualquier experiencia concreta. La opción fundamental
por los pobres que urge realizar, sostiene el Papa Francisco, es
principalmente, aunque no exclusivamente, una “atención espiritual” y
“religiosa”; esta forma es prioritaria sobre cualquier otro modo de atención
(200). Sobre estos temas la palabra del Papa es franca, dicha con parresia y
sin circunlocuciones. Un “Pastor de una Iglesia sin fronteras” (210), no se
puede permitir mirar hacia otro lado. Es por esto que mientras pide con fuerza
considerar el tema de los migrantes, denuncia con igual claridad las nuevas
formas de esclavitud: “¿Dónde está aquel que estás matando cada día en la
pequeña fábrica clandestina, en la red de prostitución, en los niños que usas
para la mendicidad, en aquel que debe trabajar a escondidas porque no está
debidamente contratado? No aparentemos que aquí no pasa nada. Existen muchas
complicidades” (211). Para evitar equívocos, el Papa defiende con la misma
fuerza la vida humana desde su primer comienzo y la dignidad de todo ser
viviente (213). En lo que concierne al segundo aspecto, el Papa propone cuatro
principios que son como el denominador común para crecer en la paz y para su
aplicación social concreta. Haciendo memoria, tal vez, de sus estudios sobre
Romano Guardini, el Papa Francisco parece crear una nueva oposición polar;
recuerda, en efecto, que el “el tiempo es superior al espacio”, “la unidad
prevalece sobre el conflicto”, la “realidad es más importante que la idea” y
que el “todo es superior a la parte”. Estos principios se abren a la dimensión
del diálogo como primera contribución para la paz y se extiende, a lo largo de la Exhortación , al ámbito
de la ciencia, del ecumenismo y de las religiones no cristianas.
El último capítulo busca expresar el “espíritu de la nueva
evangelización” (260). Este se desarrolla bajo el primado de la acción del
Espíritu Santo que infunde siempre y de nuevo el impulso misionero, a partir de
la vida de oración en la que la contemplación ocupa el puesto central (264). La Virgen María
“estrella de la nueva evangelización” es presentada, al finalizar, como el
icono de la genuina acción de anuncio y transmisión del Evangelio que la Iglesia está llamada a
realizar en las próximas décadas, con gran entusiasmo e inmutable amor por el
Señor Jesús.
“¡No nos dejemos robar
la alegría de la evangelización!” (83). Es un lenguaje claro, inmediato, sin
retórica ni subterfugios, el que escuchamos en esta Exhortación Apostólica. El
Papa Francisco va al núcleo de los problemas que vive el hombre de hoy y que,
de parte de la Iglesia ,
exigen mucho más que una simple presencia. A ella se la pide una diligente
acción programática y una renovada praxis pastoral que manifieste su compromiso
por la nueva evangelización. El Evangelio debe llegar a todos, sin ningún tipo
de exclusión. Algunos, sin embargo, son privilegiados. Para evitar equívocos,
el Papa Francisco presenta su orientación: “No tanto los amigos y los vecinos
ricos, sino especialmente los pobres, los enfermos, aquellos que con frecuencia
son despreciados y olvidados… no deben quedar dudas ni subsistir explicaciones
que debiliten este mensaje tan claro” (48).
Como en otros momentos cruciales de la historia, también hoy la Iglesia siente la urgencia
de afinar la mirada para cumplir la evangelización a la luz de la adoración;
con una “mirada contemplativa” para continuar viendo los signos de la presencia
de Dios. Signos de los tiempos no solo estimulantes, sino puestos como criterio
para un testimonio eficaz (71). El Papa Francisco es el primero de todos en
recordar el misterio central de nuestra fe: “No huyamos de la resurrección de
Jesús, non nos demos por vencidos jamás, suceda lo que suceda” (3) A la postre,
la que nos está indicando el Papa Francisco es la Iglesia que se hace
compañera de camino de cuantos son nuestros contemporáneos en la búsqueda de
Dios y en el deseo de verlo”.
DETRAS DE CADA TRAMITE HAY UNA NECESIDAD O UN DOLOR, UN DERECHO Y TODA DEMORA OCASIONA UN PERJUICIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario