Monición para el III Domingo de Pascua
¡Es el Señor!
Los milagros de Cristo tuvieron por fin mostrar Su poder, que
es el poder de Dios: son la confirmación divina de lo que Él enseñó.
El Señor mostró su virtud sobre lo inanimado (caminó sobre
las aguas), sobre los productos del hombre (multiplicó el pan y el vino), sobre
las plantas (secó la higuera maldita), sobre los animales (en este caso) y
también sobre el cuerpo humano (curó enfermos), sobre los demonios (los
exorcizó y dominó) y sobre la
Muerte , resucitando tres muertos y resucitando Él mismo.
Pero ninguno de estos poderes podían hacer impresión tan
inmediata sobre los Apóstoles, pescadores de profesión, como su poder sobre los
peces: bicho que no tiene rey.
Por eso cuando la Primera Pesca Milagrosa, acaecida al comienzo del
ministerio eclesiástico del Señor, Simón
Pedro, se impresionó como nunca en su vida y sintiendo el pavor de la divinidad
que estaba delante de él dijo: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador!”.
Más luego de esta pesca, que representa la Iglesia militando en el
mundo, tuvo lugar otra que relata el Evangelio de hoy, ocurrida luego de la Resurrección de
Jesucristo y que representa a la Iglesia Triunfante. Significando ambas dos, el
milagro moral de la Esposa
de Cristo.
En la segunda pesca el Señor, no habiéndolo hecho en la
primera, manda echar las redes a la derecha, el lugar de los elegidos del Juicio
Final.
La rotura de las redes, que significan la maraña de cismas y
herejías que afectarían la vida de la Iglesia en el mundo, está ausente en la última
pesca. Aquí las redes son llevadas íntegras hasta la tierra firme que, en las
Escrituras, significa la seguridad de la Religión , por contraposición al Mar cuyas olas y
bramidos recuerdan los peligros del siglo.
En la primera pesca, Simon Pedro se espanta ante el misterio
de la Divinidad ;
y en ésta, lleno de alegría y para anticipar el encuentro, se tira al agua y
nada cien metros.
Contados los peces grandes resultan 153, cantidad de especies
diversas que los pescadores galileos creían existir, para simbolizar que en el
Reino de los Cielos entrarán todas las "especies" de los hombres.
Por último, Jesucristo figuró siempre en sus parábolas la
alegría de la vida bienaventurada como un convite; y en afecto, allí al llegar
a las márgenes del fiordo del lago en el que este relato del Evangelio
trascurre, tenía preparado para sus Apóstoles un almuerzo, no por modesto menos
alegre: un pez asado al fuego, pan y miel y, sobre todo, la presencia gloriosa
del Maestro amado.
¡Dichoso el que sea pescado de esa suerte y sea sacado de las
tinieblas a la luz; y de animal salvaje se convierta en manjar sabroso, asado
por el fuego de la tribulación, aderezado con la miel de la gracia divina,
digno de la mesa de Dios!
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Esta monición ha sido preparada en base a la homilía del
Padre Leonardo Castellani, publicada en su libro el Evangelio de Jesucristo y
que puede leerse completa AQUÍ.
Allí el padre explica un curioso versículo del Evangelio de
Juan que se lee este Domingo del siguiente modo:
San Pedro, “que estaba desnudo, se puso la túnica y se tiró a
nado”, dice la Vulgata
latina; por donde se ve que el traductor de la Vulgata , a pesar de ser
dálmata (se refiere a San Jerónimo), no sabia nadar: no se puede nadar con una túnica.
San Pedro estaba en traje de gimnasta –que es la palabra del
texto griego: “éen gar gimnós”– es decir, en zaragüelles o shorts, como dicen
ahora; y lo que hizo fue ceñírselos fuertemente (“se ciñó”, dice el griego)
porque el agua es una gran quitadora de zaragüelles, si uno se descuida. San
Pedro, pues, se pasó un cinturón sobre la vestidura sumaria que tenía para el
trabajo.
DETRAS DE CADA TRAMITE HAY UNA NECESIDAD O UN DOLOR, UN DERECHO Y TODA DEMORA OCASIONA UN PERJUICIO
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