EL
PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII» Y JUAN XXIII
El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de
la historia de la Iglesia ,
sorprende por el brusco giro de timón que
supuso en lo que hasta el momento
había sido la política del Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría
producido de haber ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal
Giuseppe Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de
Gregorio XVII, Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en 1904. Fue sargento médico y capellán durante
A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de
persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se encontró con
el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual que el cardenal, ante
la puerta de un ascensor estrecho, en el que era imposible que cupiesen ambos.
«Después de usted», le dijo cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le
contestó el nuncio Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un
interminable intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es
necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo
Testamento, y, sólo después, el Nuevo Testamento».
Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que
para aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes clave
de la política francesa de la época, como el líder del Partido Comunista,
Maurice Thorez, y el líder del partido radical, Edouard Herriot. Su
entendimiento fácil con los políticos de izquierda le convertía en el hombre
perfecto a la hora de plantearse un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo.
En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le
colocaba en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había
seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los políticos de
izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la enemistad de importantes
personajes de la «nobleza negra», las familias de rancio abolengo que llevaban
siglos medrando a la sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della
Torre, director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.
Los servicios de inteligencia estadounidenses también
miraban con recelo las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún
secreto que Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre
quién debería ser su sucesor. En este sentido, el candidato del papa había sido
siempre el cardenal Siri.1 De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de
la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según
la cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave
celebrado en 1958.
HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión
era Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas
esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de Bernardino
Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las intrincadas complejidades que
rodeaban las finanzas vaticanas.
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea dela Capilla Sixtina. Pero transcurrieron los minutos
y ningún papa salió a los balcones a impartir su bendición. Esta curiosa
circunstancia fue dada a conocer tanto por las radios como por los
corresponsales de prensa que aquel día se arremolinaban en torno a la plaza de
San Pedro.
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea de
Cooney,
John, op. cit.
Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un
nuevo papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de media
hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los 200.000 romanos y
turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo
pontífice. Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda Italia
y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del Vaticano gritar
exultante: «Ha sido elegido Papa».
Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión
increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que
anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in dica que aún no se ha
llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día el humo salió de la chimenea. A
mediodía, el humo, al principio, salió blanco pero rápidamente se tornó
indiscutiblemente negro. Ésta era la prueba de que los cardenales no habían
podido elegir en las dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco
salió de la delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue
la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII.
Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que
enfocaban la chimenea de la
Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó la muchedumbre.
Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El
presentador declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en
ese momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice. Radio
Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era blanco.
Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di
Vignale, gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se
apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna das. La Guardia Palatina
fue llamada y se les ordenó prepararse para ir a la basílica de San Pedro, ante
el anuncio del nombre del nuevo Papa. Pero antes de que alcanzaran la plaza se
les mandó que regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza
también fue alertada.
Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo
que la incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió
no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que
se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo
negro lo que se había pretendido soltar. Dijo que había estado en otros tres
cónclaves y nunca antes había visto un humo de color tan variado como el de ese
domingo. Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales
sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera hacer de
cara al lunes para que no se repitiera la situación.
Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del
Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores. Agitaban de
modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes
de los cardenales— les respondían desde detrás de las ventanas del palacio
Apostólico. Posiblemente ellos también creían que se había elegido al Papa.
La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo
común, cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte
minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse si el humo
era realmente negro o blanco. La duda se extendió rápidamente. Muchos
comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la confusión y el desconcierto. Los
medios de comunicación de todo el mundo ya habían propagado la noticia de que
se había elegido a un nuevo pontífice.
Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano,
saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumenta ban, todos
se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?».
Después de una media hora, las radios se limitaban a
comentar que la respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el
tiempo en el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la
plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría que
reanudarse el lunes a las 10 de la mañana.
The
Houston Post, 27 de octubre de 1958.
«GREGORIO XVII»
«GREGORIO XVII»
Según
los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de los cuales se
encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams,3 toda esta confusión no
se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella
votación del cardenal Giuseppe Sin como papa, del que incluso se sabría el
nombre que iba a elegir: Gregorio XVII. Sin embargo, un grupo de cardenales
progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice alegando
que su elección como papa supondría un baño de sangre en la Europa del Este. Para
sostener esta teoría, cuyo fin habría que buscarlo en los intentos de los
sectores ultraconservadores de la
Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII,
Williams se remite a diversos documentos desclasificados del Departamento de
Estado estadounidense.
La llegada de Juan XXIII a la Santa Sede supuso un
auténtico cambio de rumbo. Angelo Roncalli se comportó siempre como un pastor,
es decir, como un hombre en contacto directo con los demás y con sus problemas.
Como papa rompió con todos los aislamientos: del pontífice con la curia, de la
curia con la Iglesia
y de la Iglesia
con el mundo. El nuevo papa fue saludado con satisfacción desde el Kremlin,
donde le veían como un «genuino socialista» con «manos de campesino».
Williams, Paúl L., The Vahean Exposed: Money, Murder, ana the Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003.
Williams, Paúl L., The Vahean Exposed: Money, Murder, ana the Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003.
Manhattan,
Avro, Murder in the Vatican, op. cit.
La
noche en que fue elegido papa, Juan XXIII le pidió al cardenal Nasalli que se
quedara con él a cenar. Éste le respondió: «Santidad, la costumbre es que los
papas coman solos». «Comprendo», replicó Roncalli, «que como papa tampoco van a
dejarme hacer lo que me apetezca». «¿Puedo traer champán, Santidad?», le
preguntó Nasalli. Y Juan XXIII contestó: «Sí, sí, espero que al menos eso no
esté prohibido. Y, por favor, no me llame Santidad, que cada vez que lo dice me
parece que me está tomando el pelo».
El nuevo papa pronto empezó a sufrir de frecuentes y
violentas pesadillas fruto de las presiones de su cargo. Lo cual no es de
extrañar, ya que en los primeros cien días de su pontificado tomó una serie de
decisiones verdaderamente cruciales para el devenir de la Iglesia , como la de tener
que escoger a alguien para el cargo de secretario de Estado —vacante desde
1944—, que finalmente recayó en el cardenal Domenico Tardini. Sin embargo, su
decisión más significativa fue la convocatoria del II Concilio Vaticano, hecha
pública el 25 de enero de 1959, tan sólo 89 días después de su elección como
papa. También asombró a la curia al afirmar que la cruzada contra el comunismo
había fracasado largamente, y ordenó a los obispos italianos que se mantuvieran
«políticamente neutrales». La CÍA
vio con espanto y preocupación como el papa ordenaba que el libre acceso al
Vaticano de los agentes estadounidenses debía cesar. El temor de los
norteamericanos se incrementó cuando supieron que Juan XXIII había comenzado a
sembrar las semillas de una política de acercamiento al Este de Europa e
intentaba un cauteloso diálogo con Nikita Krushchev, el líder soviético.
Frattini, Eric,op.cit.
AGGIORNAMENTO
De igual forma, Juan XXIII inició una eficaz purga que alejó
del Vaticano a la vieja guardia de ultraconservadores que habían constituido la
corte de Pío XII. Además, la convocatoria del II Concilio Vaticano supuso uno
de los mayores impulsos reformadores de la historia de la Iglesia. El concilio
constó de cuatro se siones: la primera de ellas la presidió el propio Juan
XXIII en el otoño de 1962. (El papa no pudo ver la conclusión de sus trabajos,
ya que falleció un año después.) Eas otras tres sesiones fueron convocadas y
presididas por su sucesor. Pablo VI, que clausuró el concilio en 1965.
El II Concilio Vaticano fue el gran acontecimiento de la era
moderna en el ámbito de la
Iglesia católica. Se pretendió que fuera un aggiornamento
(puesta al día) de la Iglesia ,
renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello y revisando el fondo
y la forma de todas sus actividades.
En el campo de las relaciones del Vaticano con la política
italiana, el breve pontificado de Juan XXIII supuso un vuelco definitivo en la
situación. Durante este período el Partido Democratacristiano perdió
definitivamente la posición de privilegio que había ostentado desde el final de
la Segunda Guerra
Mundial hasta la muerte de Pío XII.
En este caso, no estamos hablando de un apoyo meramente
ideológico o espiritual, sino también económico. El nuevo pontífice no estaba
ni mucho menos tan predispuesto como su predecesor a colaborar con la CÍA en el propósito de
convertir a la
Democracia Cristiana en el dique de contención del comunismo
italiano. Ello, unido a otros factores, desembocó en la dimisión, el 2 de
febrero de 1962, del primer ministro Amintore Fanfani, que dejaría paso a un
gabinete de coalición entre la Democracia Cristiana y los socialistas de Pietro
Nenni. Dio comienzo así una etapa de la política italiana conocida como la
apertura alla sinistra (apertura a la izquierda),
caracterizada por una sucesión de gobiernos de coalición entre
democratacristianos e izquierdistas moderados.7
Las elecciones generales celebradas en Italia el 28 de abril de 1963 supusieron un descalabro parala
Democracia Cristiana , que perdió 13 escaños, mientras que
reafirmó el poder del Partido Comunista, que vio incrementada su cuenta
electoral en 25 escaños, lo que le convirtió en una fuerza que empezó a ser
tenida muy en cuenta a partir de ese momento en la política italiana.
Stearns, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton Muffín ComPany, Nueva York, 2001.-
Las elecciones generales celebradas en Italia el 28 de abril de 1963 supusieron un descalabro para
Stearns, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton Muffín ComPany, Nueva York, 2001.-
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