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sábado, 26 de abril de 2014

EL PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII» Y JUAN XXIII (Autores varios)

EL PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII» Y JUAN XXIII
El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de la historia de la Iglesia, sorprende por el brusco giro de timón que
supuso en lo que hasta el momento había sido la política del Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría producido de haber ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal Giuseppe Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de Gregorio XVII, 
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en 1904. Fue sargento médico y capellán durante la Primera Guerra Mundial, y en 1921 pasó a trabajar en la Sociedad para la Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del papa en Bulgaria, y más tarde fue destinado como delegado apostólico a Turquía y Grecia. No obstante, tenía fama de ser excesivamente progresista (era bien conocida su postura favorable a los matrimonios mixtos entre católicos y no católicos). Presente en la Hungría ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía perseguida. Antes de acabar la guerra, en 1944, fue nombrado nuncio en Francia. 
A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se encontró con el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual que el cardenal, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que era imposible que cupiesen ambos. «Después de usted», le dijo cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le contestó el nuncio Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un interminable intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y, sólo después, el Nuevo Testamento». 
Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que para aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes clave de la política francesa de la época, como el líder del Partido Comunista, Maurice Thorez, y el líder del partido radical, Edouard Herriot. Su entendimiento fácil con los políticos de izquierda le convertía en el hombre perfecto a la hora de plantearse un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo. 
En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le colocaba en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los políticos de izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la enemistad de importantes personajes de la «nobleza negra», las familias de rancio abolengo que llevaban siglos medrando a la sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della Torre, director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.
Los servicios de inteligencia estadounidenses también miraban con recelo las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún secreto que Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre quién debería ser su sucesor. En este sentido, el candidato del papa había sido siempre el cardenal Siri.1 De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según la cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave celebrado en 1958. 

HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión era Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de Bernardino Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las intrincadas complejidades que rodeaban las finanzas vaticanas. 
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Pero transcurrieron los minutos y ningún papa salió a los balcones a impartir su bendición. Esta curiosa circunstancia fue dada a conocer tanto por las radios como por los corresponsales de prensa que aquel día se arremolinaban en torno a la plaza de San Pedro.
Cooney, John, op. cit. 
La Guardia Suiza fue desplegada para rendir honores al recién elegido pontífice. La muchedumbre, incluso, pudo ver a los cardenales tras las ventanas del palacio Apostólico, algo no permitido si el cónclave todavía se encuentra reunido. Durante unos minutos todos pensaron que el nuevo papa había sido elegido, y el nombre de Giuseppe Siri estaba en boca de todos. Éste es el in forme emitido al respecto por la agencia Associated Press el 27 de octubre de 1958: 
Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un nuevo papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de media hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los 200.000 romanos y turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice. Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda Italia y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del Vaticano gritar exultante: «Ha sido elegido Papa». 
Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in dica que aún no se ha llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día el humo salió de la chimenea. A mediodía, el humo, al principio, salió blanco pero rápidamente se tornó indiscutiblemente negro. Ésta era la prueba de que los cardenales no habían podido elegir en las dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco salió de la delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII. 
Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que enfocaban la chimenea de la Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó la muchedumbre. 
Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El presentador declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en ese momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice. Radio Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era blanco. 
Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di Vignale, gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna das. La Guardia Palatina fue llamada y se les ordenó prepararse para ir a la basílica de San Pedro, ante el anuncio del nombre del nuevo Papa. Pero antes de que alcanzaran la plaza se les mandó que regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza también fue alertada. 
Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo que la incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo negro lo que se había pretendido soltar. Dijo que había estado en otros tres cónclaves y nunca antes había visto un humo de color tan variado como el de ese domingo. Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera hacer de cara al lunes para que no se repitiera la situación. 
Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores. Agitaban de modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes de los cardenales— les respondían desde detrás de las ventanas del palacio Apostólico. Posiblemente ellos también creían que se había elegido al Papa. 
La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo común, cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse si el humo era realmente negro o blanco. La duda se extendió rápidamente. Muchos comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la confusión y el desconcierto. Los medios de comunicación de todo el mundo ya habían propagado la noticia de que se había elegido a un nuevo pontífice. 
Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano, saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumenta ban, todos se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?». 
Después de una media hora, las radios se limitaban a comentar que la respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el tiempo en el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría que reanudarse el lunes a las 10 de la mañana.
The Houston Post, 27 de octubre de 1958. 

«GREGORIO XVII» 
Según los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de los cuales se encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams,3 toda esta confusión no se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella votación del cardenal Giuseppe Sin como papa, del que incluso se sabría el nombre que iba a elegir: Gregorio XVII. Sin embargo, un grupo de cardenales progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice alegando que su elección como papa supondría un baño de sangre en la Europa del Este. Para sostener esta teoría, cuyo fin habría que buscarlo en los intentos de los sectores ultraconservadores de la Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII, Williams se remite a diversos documentos desclasificados del Departamento de Estado estadounidense.
La llegada de Juan XXIII a la Santa Sede supuso un auténtico cambio de rumbo. Angelo Roncalli se comportó siempre como un pastor, es decir, como un hombre en contacto directo con los demás y con sus problemas. Como papa rompió con todos los aislamientos: del pontífice con la curia, de la curia con la Iglesia y de la Iglesia con el mundo. El nuevo papa fue saludado con satisfacción desde el Kremlin, donde le veían como un «genuino socialista» con «manos de campesino».
Williams, Paúl L., The Vahean Exposed: Money, Murder, ana the Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003. 
Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.
La noche en que fue elegido papa, Juan XXIII le pidió al cardenal Nasalli que se quedara con él a cenar. Éste le respondió: «Santidad, la costumbre es que los papas coman solos». «Comprendo», replicó Roncalli, «que como papa tampoco van a dejarme hacer lo que me apetezca». «¿Puedo traer champán, Santidad?», le preguntó Nasalli. Y Juan XXIII contestó: «Sí, sí, espero que al menos eso no esté prohibido. Y, por favor, no me llame Santidad, que cada vez que lo dice me parece que me está tomando el pelo». 
El nuevo papa pronto empezó a sufrir de frecuentes y violentas pesadillas fruto de las presiones de su cargo. Lo cual no es de extrañar, ya que en los primeros cien días de su pontificado tomó una serie de decisiones verdaderamente cruciales para el devenir de la Iglesia, como la de tener que escoger a alguien para el cargo de secretario de Estado —vacante desde 1944—, que finalmente recayó en el cardenal Domenico Tardini. Sin embargo, su decisión más significativa fue la convocatoria del II Concilio Vaticano, hecha pública el 25 de enero de 1959, tan sólo 89 días después de su elección como papa. También asombró a la curia al afirmar que la cruzada contra el comunismo había fracasado largamente, y ordenó a los obispos italianos que se mantuvieran «políticamente neutrales». La CÍA vio con espanto y preocupación como el papa ordenaba que el libre acceso al Vaticano de los agentes estadounidenses debía cesar. El temor de los norteamericanos se incrementó cuando supieron que Juan XXIII había comenzado a sembrar las semillas de una política de acercamiento al Este de Europa e intentaba un cauteloso diálogo con Nikita Krushchev, el líder soviético.
Frattini, Eric,op.cit. 

AGGIORNAMENTO 
De igual forma, Juan XXIII inició una eficaz purga que alejó del Vaticano a la vieja guardia de ultraconservadores que habían constituido la corte de Pío XII. Además, la convocatoria del II Concilio Vaticano supuso uno de los mayores impulsos reformadores de la historia de la Iglesia. El concilio constó de cuatro se siones: la primera de ellas la presidió el propio Juan XXIII en el otoño de 1962. (El papa no pudo ver la conclusión de sus trabajos, ya que falleció un año después.) Eas otras tres sesiones fueron convocadas y presididas por su sucesor. Pablo VI, que clausuró el concilio en 1965. 
El II Concilio Vaticano fue el gran acontecimiento de la era moderna en el ámbito de la Iglesia católica. Se pretendió que fuera un aggiornamento (puesta al día) de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades. 
En el campo de las relaciones del Vaticano con la política italiana, el breve pontificado de Juan XXIII supuso un vuelco definitivo en la situación. Durante este período el Partido Democratacristiano perdió definitivamente la posición de privilegio que había ostentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la muerte de Pío XII.
En este caso, no estamos hablando de un apoyo meramente ideológico o espiritual, sino también económico. El nuevo pontífice no estaba ni mucho menos tan predispuesto como su predecesor a colaborar con la CÍA en el propósito de convertir a la Democracia Cristiana en el dique de contención del comunismo italiano. Ello, unido a otros factores, desembocó en la dimisión, el 2 de febrero de 1962, del primer ministro Amintore Fanfani, que dejaría paso a un gabinete de coalición entre la Democracia Cristiana y los socialistas de Pietro Nenni. Dio comienzo así una etapa de la política italiana conocida como la apertura alla sinistra (apertura a la izquierda), caracterizada por una sucesión de gobiernos de coalición entre democratacristianos e izquierdistas moderados.7
Las elecciones generales celebradas en Italia el 28 de abril de 1963 supusieron un descalabro para la Democracia Cristiana, que perdió 13 escaños, mientras que reafirmó el poder del Partido Comunista, que vio incrementada su cuenta electoral en 25 escaños, lo que le convirtió en una fuerza que empezó a ser tenida muy en cuenta a partir de ese momento en la política italiana. 
Stearns, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton Muffín ComPany, Nueva York, 2001.-

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viernes, 25 de abril de 2014

DOS PAPAS SANTOS, DOS SANTOS MARIANOS

DOS PAPAS SANTOS, DOS SANTOS MARIANOS

Palabras del prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, ante las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II. "Allí donde florece la santidad -dice-, las crisis no tienen la última palabra".
Dos Papas santos, dos santos marianosJuan Pablo II y Juan XXIII. Opus Dei -

La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es un gran acontecimiento eclesial y un signo de esperanza para el mundo, porque allí donde florece la santidad, las crisis no tienen la última palabra.
Cuando hay santidad existe un fundamento sólido sobre el que construir el futuro. En el cristianismo, y de modo particular en los santos, encontramos respuestas a los problemas más profundos del hombre y de la sociedad, que tienen con frecuencia su origen en un alejamiento de Dios.

JUAN XXIII, EN SU VISITA AL SANTUARIO DE LORETO.
Juan XXIII, en su visita al Santuario de Loreto.
Es motivo de gratitud a Dios observar que, durante las últimas décadas (en las que se ha hablado tanto de “crisis” económicas, culturales, políticas, sociales, religiosas) la Iglesia haya sido conducida por la santidad, es decir, por personas santas: dos de los tres pontífices ya fallecidos (Juan XXIII y Juan Pablo II) serán canonizados este domingo, y el proceso para la beatificación del tercero de ellos (Pablo VI) se encuentra muy avanzado.
Juan XXIII es, sobre todo, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II. Como sucesor de Pedro condujo la Iglesia, con mano firme y paterna, a esa experiencia extraordinaria de fe y de renovación personal y colectiva que ha sido, y es, ese acontecimiento eclesial: se trataba de hablar al corazón del hombre de nuestra época, como subrayó la Constitución Gaudium et Spes. El Papa Roncalli ayudó a colocar la vocación a la santidad en la raíz misma de la condición cristiana. Podemos acudir hoy a su intercesión para rogar al Señor que cale a fondo en la conciencia de toda mujer y de todo hombre cristiano esta verdad proclamada por el Vaticano II: que la santidad está al alcance de los cristianos, y que no es meta para unos pocos privilegiados.
Para la humanidad, Juan XXIII es también el Papa de la paz, porque en un momento histórico delicadísimo no dudó – siguiendo el ejemplo de sus predecesores – en poner los medios oportunos para evitar la guerra, implicando su autoridad moral y religiosa en la elaboración de una doctrina universal, sobre los presupuestos de la paz y sobre la dignidad del ser humano.
Juan Pablo II era un sacerdote enamorado de Dios y de los hombres, creados a imagen de Dios en Cristo. Movido por la caridad, convocó a toda la Iglesia a la “nueva evangelización”, remarcando a su vez el papel que corresponde a los laicos en esta tarea de hacer presente a Dios en la vida de las personas y de los pueblos. Durante los años de su pontificado hemos profundizado con luces nuevas en la bondad y la misericordia de Dios. Sus palabras, sus gestos, sus escritos, su entrega personal —en la salud y en la enfermedad— han sido instrumentos de los que se ha servido el Espíritu Santo, para acercar a muchísimas personas a la fuente de la gracia, y para que millares de jóvenes respondieran afirmativamente a la llamada de Cristo al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio y al celibato apostólico laical.

JUAN PABLO II ANTE LA VIRGEN DE FÁTIMA
Juan Pablo II ante la Virgen de Fátima
El Papa polaco nos llevó del segundo al tercer milenio, dejando un imponente legado sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de la vida y de la familia, el servicio a los pobres y a los necesitados, la promoción de los derechos de los trabajadores, el amor humano y la dignidad de la mujer, y sobre tantos otros aspectos que resultan cruciales en la promoción de una existencia digna. Sus escritos y su predicación conforman un conjunto de enseñanzas con enorme potencialidad de futuro. Estoy convencido de que su mensaje social y humano – que surge de una profunda respuesta espiritual a Dios – se agigantará con el paso del tiempo.
La canonización de estos dos grandes pastores sucede a las puertas del mes de mayo, mes de María. Es este un rasgo que acomuna a los dos nuevos santos: su amor tierno y profundo por la Virgen. Juan XXIII recurría frecuentemente a la “maternidad universal” de la Virgen, “la Madre común, cabeza de todos los hombres, hermanos todos en el mismo Cristo primogénito” (12-X-1961). En Juan Pablo II, la conciencia de la cercanía y de la intercesión de nuestra Madre, representaba un polo de atracción permanente en su propio caminar espiritual y humano, e invitaba a los demás a descubrir la “dimensión mariana” de los discípulos de Cristo. La filiación a la Santísima Virgen — decía – es “un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” (cfr. Redemptoris Mater, n. 45).
La Virgen Santísima ocupa un puesto relevante en la vida espiritual de cada fiel, pero también en la edificación misma de la Iglesia. Por eso, en el marco de las canonizaciones del domingo, me gusta recordar estas palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María!» (Es Cristo que pasa, n. 139). Me da alegría que sea el Papa Francisco, Papa mariano también, quien haya decidido estas dos canonizaciones. Los tres han mostrado que el contenido de la caridad no es meramente humano, sino que se trata de dar a Cristo a los demás, que es lo que llevó a cabo Santa María en servicio de toda la humanidad.
En poco tiempo nos acostumbraremos a referirnos a estos dos pastores como san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Al canonizarlos, el Papa Francisco, vicario de Cristo, nos está ayudando a ver que, para Dios, Angelo Roncalli y Karol Wojtyla son, sobre todo, dos personas santas, factor fundamental en la vida de cada hombre, de cada mujer. San Juan XXIII y san Juan Pablo II fueron dos sacerdotes de gran cordialidad, de amor encendido a Dios y a todas las criaturas humanas. Santos de una pieza, unidos por un tierno amor a María, Madre de Dios y Madre nuestra.
+Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei



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